¿POR QUÉ LOS PAÍSES RICOS TIENEN MÁS INDIGENCIA?

Casa de un indigente en un parque en medio de la ciudad de São Paulo. “Basura en la basura”dicen sus letreros muy civilizadamente.

La diferencia entre la capoeira y la electrónica

En Latinoamérica nos pasamos lamentando la mala calidad de nuestros servicios públicos, la cantidad de gente viviendo del trabajo informal, ganándose el pan todos los días en el circo y mercado del semáforo. Sin embargo, llegada la noche, toda esa gente del semáforo parece tener un lugar donde caer muerto. La pobreza nos azota, y cuando uno solo ha vivido aquí, creería que la indigencia también. No es tampoco inusual encontrarse con un borracho durmiendo en un banco.

Luego visitamos un “país desarrollado” y lo ponemos como un ejemplo a seguir, por sus servicios públicos, su tecnología y su riqueza material, ignorando, al igual que ellos, la enorme cantidad de habitantes de la calle. Gente sin techo, o “sin domicilio fijo”, como les llaman los franceses con las siglas “SDF”, están en todas las esquinas sin que nadie siquiera les regrese a ver. Lo primero que se le ocurre a uno como economista es que su observación esta sesgada por los lugares donde transita según donde vive. Por eso tuve que ver los datos duros, y confirmar mi observación.

En términos porcentuales, según “Our World in Data”[1], Francia y Estados Unidos tienen más indigencia que Chile, siendo Chile a su vez, no solo el país más rico de América Latina, pero también el de mayor tasa de indigencia! Los números de la OECD[2] van en la misma dirección, apuntando que Holanda tiene una tasa más de 7 veces mayor a la de Colombia. Cuando dato mata relato, el instinto natural lleva a buscar explicaciones.

El caso de Francia es particular, pues en las calles es de lo más normal que punkeros antisistema estén todo el día chupando y pidiendo plata borrachos. Es en parte síntoma del estado paternalista francés que paga por presentarse a entrevistas de trabajo. Aun así, llama la atención que escojan ser mendigos (que no faltan de comida ni de alcohol), viviendo en la calle o en “okupas” por elección. En Estados Unidos, los mares de gente parando en carpas parecen responder al complot de farmacéuticas para volverlos drogadictos, aprovechándose de su débil vinculo comunitario. Viendo los diferentes tipos de indigencia, el problema de fondo no parece económico sino social, en este caso, cultural.

En países del Norte, tras 6 meses sin trabajo uno puede perder la motivación, deprimirse, sucumbir ante la trampa de las substancias psicotrópicas y, SI llegase a existir un colchón para caer, es el estado. En Latinoamérica, le ley no ofrece un colchón, por lo que en teoría vivimos con mayor incertidumbre, sin embargo, el colchón familiar siempre tiene espacio para uno más. En el hogar más pobre pondrán una cobija en el piso para recibir a un familiar, pues las sociedades menos adineradas tienden a ser las más colectivas.

Es un dato conocido por economistas y psicólogos que las sociedades cuya cultura exalta más la libertad individual suelen tener mayores PIBs, es decir producen mayor cantidad monetaria de bienes y servicios. De hecho, Gorodnichenko y Roland (2011) califican al individualismo como el atributo cultural más importante para el crecimiento económico de largo plazo. El individualismo y el colectivismo son causa común de la indigencia y de la riqueza.

En efecto, el individualismo genera mayores incentivos a producir, pues toda ganancia es propia, por tanto, en los países individualistas, la suma de la producción es mayor. Al tener mayor beneficio personal, la gente invierte más, creciendo así mayores fortunas individuales. Al apropiarse de TODA la ganancia de su trabajo, en una sociedad individualista existe un mayor incentivo a trabajar más, fomentando así la innovación.

Por otro lado, donde el pastel es un producto colectivo, el ciudadano tendrá incentivos a esforzarse un poco menos pues la ganancia del trabajo individual se divide entre varios, siendo que cada hora de trabajo adicional genera menos beneficio individual. La cultura colectiva incentiva menos producción, aunque el bien colectivo tenga un mayor retorno que el individual. Es decir, se puede ser igual de rico en el acceso a bienes (trabajando menos), pero más pobre en lo que respecta a la suma de esos bienes.

Por ejemplo, la naturaleza es un capital de las comunidades indígenas que no entra dentro del calculo del PIB a pesar de que un rio limpio sea esencial para actividades de cultivo, de turismo y hasta del día a día como lavar ropa. De hecho, Partha Dasgupta (2021) explica que contaminar el medioambiente es un acto que agranda la brecha de desigualdad pues, el pobre suele tener mayor dependencia del capital natural.

Cabe recalcar que, el colectivismo no se refiere al hecho de ser mundial e indiscriminadamente empático para con todos, sino con el círculo cercano; nadie acoge a un indigente desconocido. No está únicamente presente en las esferas más pobres de la sociedad latinoamericana; los campesinos y pueblos originarios son los segmentos con mayor capacidad organizativa (la unión hace la fuerza), sino también en las elites, que, si bien no son conocidas por su apego a la justicia social, si suelen preocuparse por sus allegados, como lo muestra el nepotismo político. Se consideraría casi una deshonra que el primo de un gran empresario sea cobijado por el asfalto.

Así, esa misma cultura colectiva, causa de menor producción, que por tanto también permite mayores niveles de pobreza, es más inclusiva.  En el Norte, la falta de un familiar que te ofrezca un sillón vuelve a los pobres más vulnerables siendo así causa de indigencia. CONTRAINTUITIVAMENTE, tienen menos pobres, y más sin techo. Misma historia con la drogadicción, también más común en esos lares.

Siendo que, bajo el manto capitalista, el crecimiento económico es dependiente de la migración del campo a la ciudad para realizar los trabajos no calificados y mal pagados; casi inevitablemente en ambas sociedades habrá pobreza, con la diferencia que en la sociedad con mayor grado de colectivismo el desahuciado tendrá a quién acudir.

A pesar de ser los que puntúan más alto en la escala de individualismo, los países nórdicos logran amagar esta relación con la indigencia a través de sus famosas políticas redistributivas y sus redes estatales de rescate. Irónicamente, si un país individualista no quiere tener indigencia necesita de un estado fuerte, que remplace la red de apoyo familiar de la sociedad colectivista. Para eso, todos los ciudadanos tienen que contribuir, sacrificando parte de su sueldo para solucionar los diferentes problemas sociales. Así, encontramos que, en sociedades individualistas organizadas, el estado tiene el rol que en nuestras sociedades tiene la familia.

Parece ilógico que los más individualistas tengan el estado más protector. Sin embargo, los suecos no quieren ocuparse de su abuelo, y tampoco quieren calles llenas de indigencia, ¿Cómo hacen? Pagan sus impuestos, a pesar de que la mejor parte de evadir impuestos es beneficiarse de las carreteras de todas formas. Así, donde la ley solo es un papel, como en nuestros países, la persona querrá ser parte de los beneficios sin la carga. Es un dilema del prisionero.

El apego a la ley es una condición necesaria para el estado de bienestar, y parece también ser un atributo cultural de esas sociedades. Los suecos son conscientes que podrían tener más ingresos personales, con un bienestar social, y por tanto personal, menor. Se apegan al estado de bienestar porque les conviene INDIVIDUALMENTE, pues su norma cultural les asegura que los demás también cumplirán con ellos al manejar la misma rectitud ante el pacto social. En el mismo nivel de individualismo, un gringo que pueda saltarse una regla sin consecuencias personales procederá con gusto y aplaudido por sus pares (ignorando estos que ellos sufren las consecuencias).

Para los nórdicos funciona porque todos cumplen, el marco legal dicta el marco social. El colectivismo tribal a la latinoamericana no permite el correcto desempeño un estado de bienestar, pues mientras los impuestos no son del “clan” sino del estado entero, la norma es colectivismo dentro del grupo social e individualismo con los de afuera. De esta forma, una parte de la sociedad evadiría impuestos y normas (como actualmente), dejando el problema sobre los hombros del resto, si suficientes defeccionan, termina en un estado ausente o endeudado. En la cultura latina, la ley escrita no es el pacto social. (link artículo)

El único país de Sudamérica que CULTURALMENTE podría aplicar el sistema nórdico es Chile, pues a la vez que por su historia predomina el individualismo, por su misma historia también la legalidad (aunque no así lo ético) es primordial para los ciudadanos, los cuales se paran a esperar el semáforo así no haya un carro a kilómetros. No se emocionen, pues el estado de bienestar no es un tema únicamente cultural, sino de decenas de otras variables como las fuerzas políticas, demostradas en el rechazo del congreso sobre la última reforma tributaria.  

También es importante tomar en cuenta, que es más fácil aplicar el estado de bienestar en países ricos. Por ahí, para un chileno pobre, duela menos ver indigentes que reducir su presupuesto. La diferencia entre Chile y Suecia estaría en el PIB, lo cual quiere decir que desde cierto nivel de ingreso Chile podría soñar con imitar el modelo sueco. No así el resto de los países del continente que tienen que buscar o crear modelos de desarrollo que se adapten a sus culturas.

Por tal razón, PIB y bienestar social pueden llegar a tener relación inversa cuando el problema social proviene de una la cultura individualista acrecentada de un sistema económico de la misma estirpe: enfermedades mentales, drogadicción, indigencia.  Así, Colombia es más pobre e inseguro que Francia, Estados Unidos y Chile, pero tiene menor tasa de habitantes de la calle. Por la misma razón que aquí bailamos salsa intercambiando parejas entre cada canción y en el norte electrónica sin cruzar palabra con nadie, es que allá existe más indigencia y aquí somos más pobres.

Bibliografía

Gorodnichenko y Roland, 2011, “Which dimensions of culture matter for long run

Growth?”

Partha Dasgupta, 2021, “The economics of biodiversity”

[1] https://ourworldindata.org/homelessness#evidence-from-cross-country-studies

[2] https://www.oecd.org/els/family/HC3-1-Homeless-population.pdf

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Economista especializado en regulación de la competencia, con conocimientos variados en las diferentes temáticas de la disciplina: economía política, desarrollo, medioambiente, fiscal. Trabajé durante un año en una consultora financiera en Brasil (Fusiones y adquisiciones) y 4 años haciendo consultorías para CEPAL, además de una consultoría sobre salud mental y ambiente laboral en Chile, y otra de 6 meses sobre la historia del desplazamiento forzado en Mozambique para la London Bussiness school.

No solo entiendo los temas en los que me especializo, sino que trazo las diferentes relaciones entre ellos para tener una visión completa del panorama. Junto a eso, manejo bases de datos y softwares como Stata, asegurándome así que la narrativa y la estadística vayan de la mano. Hablo español, inglés, francés y portugués. Soy sociable, persistente, curioso, organizado, trabajo bien en equipo y bajo presión. Usted entrégueme un trabajo y yo seré especialista en el tema, pues siempre estoy dispuesto a aprender y me adapto a cualquier circunstancia, un día me encuentra haciendo presentaciones a altos funcionarios, al siguiente jugando fútbol en la favela.